La relación entre Carlos III y su hermano Andrés ya venía mal. Desde que al duque de York le estalló en la cara la bomba del caso Epstein, el magnate condenado por tráfico sexual de menores, su reputación no ha dejado de caer en picado. Ni siquiera los esfuerzos de su madre, Isabel II, cuando lo rehabilitó ante los ojos del mundo en el funeral en memoria del duque de Edimburgo, lograron mejorar su imagen. Nada, no hubo manera.
Andrés era amigo del millonario estadounidense Jeffrey Epstein, que cumplía condena por pederastia cuando fue encontrado muerto en su celda. Y esa conexión, que se remonta a más de 20 años atrás, le llevó a un encuentro sexual con Virginia Giuffre cuando esta era menor de edad. El hijo de Isabel II tuvo que llegar a un acuerdo económico millonario, extrajudicial, con la demandante para evitar sentarse en el banquillo. Una sucesión de escándalos que acabaron por defenestrarlo. Andrés, invisibilizado en Buckingham, ha vivido durante estos tres últimos años recluido en la oscuridad. Ahora, Carlos ha dado un paso hacia adelante.
La polémica ha arrastrado la imagen pública de Andrés. Más que amortizado, es un personaje apartado y oculto dentro de la institución. Despojado de títulos y honores (su madre se los retiró), el duque de York no tenía agenda, representación ni funciones en la casa real. El monarca, que heredó este problema cuando subió al trono, ha roto con su hermano y le ha retirado su asignación económica. Así lo ha publicado The Times. Sin fondos ni recursos, Andrés vive instalado en una residencia de la Familia Real, en Royal Lodge, con su exmujer, Sarah Ferguson.
Royal Lodge también ha sido un bastión para el duque de York. La propiedad, en Windsor Great Park, en Berkshire (Inglaterra), fue el hogar de la Reina Madre, abuela de Carlos III, hasta su muerte en 2002, a la edad de 101 años. Andrés se instaló allí en 2004 con su familia y desde entonces se ha hecho fuerte. Sin trabajo conocido, su madre se ocupó de él y de sus gastos hasta su muerte, en septiembre de 2022.